Antes de ser asesinado por su padre Ymir, Buri Mirada de Hielo había esparcido su semilla en costas más alejadas. Estos hijos crecieron en una zona rodeada por dunas, ajena al conflicto entre los señores de Asgard y los gigantes de hielo.
Cuando las inmensas fortalezas comenzaron a levantarse en la Meseta de las Proezas, los vanir se sintieron amenazados e iniciaron la invasión. Pero la guerra entre el cielo y el mar llegó pronto a su fin. Las similitudes pudieron más que las diferencias y los aesir establecieron una profunda alianza con el nuevo reino costero de Vanaheim.
En el alba de los tiempos, en el extremo norte de Yggdrasil, se localizaba una tierra conocida como Nifelheim, zona de glaciares donde el frío y el silencio reinaban. Los vapores provenientes de Muspelheim ocasionaron desprendimientos que cayeron en el Lago de la Sabiduría, de donde emergieron los primeros Gigantes de Mar. Mímir, con su piel azul, se erigió como el más grande y sabio de todos ellos.
Pronto sobrevino la guerra con los Dragones Negros, en la cual perdieron la vida incontables gigantes y otros fueron exiliados por su condición. Al poco tiempo de acabado el conflicto, Mímir quedó en soledad.
No obstante, era visitado frecuentemente por Odín, con quien había entablado una gran amistad. Un día, el Gran Padre pidió un sorbo del Lago de la Sabiduría a cambio de arrojar uno de sus ojos al fondo de la fuente.
Esto último atrajo al terrible dragón Níðhöggr y su hueste, quienes lograron poner en retirada al gigante. Mímir se refugió en el hogar de su amigo Ægir, pero los recelos de su mujer persuadieron a unos vanir para que cortasen su cabeza.
Cuando los vanir pactaron la paz con Asgard, acordaron intercambiar a sus mejores guerreros. Así, Njörd regresó a Vanaheim en busca de su familia para llevársela a vivir con los aesir como parte del trato.
Pero al llegar vio su hogar destrozado y a su mujer Nerthus asesinada por uno de los arranques de locura de Ægir. Su furia se encendió y se dirigió mar adentro, desde donde el gigante azotaba las costas del reino. En un poderoso enfrentamiento, Njörd venció a Ægir y las aguas se apaciguaron. Este épico relato trascendió el tiempo y es por eso que en Midgard se solía orar a Njörd antes de cualquier excursión marina.
El vanir halló con vida a sus mellizos Freyr y Freyja entre los escombros de su hogar. Mientras el resto de su raza realizaba una alianza con Ægir, él se marchó a Asgard.
Tiempo después, se casó con la giganta Skadi; sin embargo el matrimonio no prosperó. Ella prefería vivir en el frío de las montañas y él en su tierra natal Nöatum, a donde regresaba durante los períodos de verano.
Durante la última batalla contra los Dragones Negros, Ægir, general de los gigantes de mar, resultó herido. Según lo mandaba la ley de Nifelheim, se exilió junto a su mujer Ran y emprendieron un largo viaje hacia la temprana Vanaheim.
Pero la enfermedad comenzó a consumirlo antes de arribar a sus costas y en un ataque de ira invadió el territorio. Por ese entonces, la mayoría de los guerreros se encontraba regresando de la guerra contra Asgard. Cuando vieron los destrozos que el gigante estaba ocasionando lo detuvieron con la ayuda de Njörd y luego lograron calmar su ira por medio de hechicería, momentáneamente.
Una vez recuperado, sellaron la Antigua Alianza de Vanaheim, un pacto de paz entre Ægir y Rhin.
El gigante y su mujer se retiraron al fondo del océano, donde construyeron su palacio bajo la Isla del Mar. Allí entabló relaciones con Odín y se convirtió en un gran aliado de Asgard; mientras que en Midgard no gozaba de buena reputación, ya que de vez en cuando caía en sus arranques de ira, hundía los barcos y ahogaba a sus tripulantes de una manera perversa.
Cuando Njörd y sus hijos se mudaron a Asgard fueron tratados según las costumbres del lugar. El día que el pequeño Freyr perdió su primer diente, Odín decidió otorgarle como regalo el reino de Ljosalfheim. Entonces fue enviado a aquellos bosques, donde el príncipe elfo Skirnir lo instruyó en el uso de la espada y las costumbres feéricas.
Su carisma se extendió por todos los reinos y cuando, una vez adulto, asumió al trono, adquirió de los aesir una espada encantada. Los elfos de la luz lo nombraron dios de la virilidad y recibió de los enanos, regalos como el barco mágico Skidbladnir y el enorme jabalí de oro Gullinbursti.
Un día, quedó obnubilado por la belleza de la giganta de hielo Gerd. Pero pronto se afligió debido a que era hija de sus terribles enemigos. Skirnir no dudó en levantarle el ánimo y fue en busca de su prometida, a costo de su espada encantada. Nueve noches después, Frey contrajo matrimonio con la giganta en los verdes bosques de Buri.
Como parte del tratado de paz, los señores de Asgard recibieron amistosamente a Njörd y su familia. Ya desde temprana edad, quedaron maravillados con la hermosura de su hija Freyja, atributo que la convirtió en constante objeto de deseo de gigantes e invasores.
Gracias a su herencia, desarrolló la hechicería vanir, con lo cual adquirió el título supremo de la magia blanca. Al caer su primer diente, le obsequiaron el reino de Folkvang, en Vanaheim, donde ella se sentía más a gusto. Allí alojaba en su Palacio de muchos asientos a varios hombres difuntos en batalla y sus mujeres.
Una vez superado el trauma del abandono de su marido Odd, se volvió la mujer más promiscua, llegando a tener amoríos con aesir, humanos, elfos e incluso enanos, de quienes obtuvo su inigualable collar Brísing. Esta preciosa y brillante joya era pretendida por los más astutos ladrones, de modo solía llevarla encima día y noche.
Esta gigante de mar contrajo matrimonio con su hermano Ægir tiempo antes de que se autoexiliaran de Nifelheim. Juntos llegaron a Vanaheim, donde su marido explotó de ira debido a las heridas causadas por los Dragones Negros. Tras sufrir la derrota a manos de Njörd, ayudó a contenerlo dentro de su irrompible red, mientras los vanir lo apaciguaron con su hechicería. Pactada la Antigua Alianza, se retiraron a vivir en su palacio submarino, bajo la Isla del Mar.
Ran aprendió a calmar los esporádicos ataques de Ægir, a costa de volverse pérfida y codiciosa. Frecuentemente subía a la superficie para hundir barcos y apoderarse de sus tesoros y tripulación. Al morirse ahogados, los humanos no podían acceder al Gran Salón ni descender al Inframundo, por lo que renacían como sus servidores hombres-peces.
Por este motivo, varios marineros de Midgard solían llevar en sus barcos un cargamento de oro; cuando la tormenta los azotaba, lo arrojaban al mar, única forma de distraer la atención de la giganta que en su ambición, intentaba juntar hasta la última moneda.
Durante la guerra contra los Dragones Negros, la giganta Wolkja perdió a su marido. Se había vuelto costumbre entre los habitantes de Nifelheim de ese entonces, utilizar sus despojos para forjar armas mágicas que reaccionasen a la presencia de estos dragones. Así, la gigante de mar obtuvo su espada de marfil.
Sin embargo fue herida en la última batalla y debió exiliarse del reino junto a Ægir, Ran y el hijo que llevaba en su vientre. A mitad de camino comenzó a manifestar los síntomas de la infección y prefirió abandonar el Ellida, nadando hasta las futuras costas de Jutland, en Midgard.
Allí nació su hijo Grendel y vivieron apartados durante siglos, hasta que los acalorados festejos en el salón del rey Hrothgar perturbaron a la bestia. Durante varios inviernos, Grendel atacó el lugar y devoraba a sus comensales. Finalmente, el héroe geata Beowulf le arrancó un brazo y murió desangrado en su cueva.
Wolkja despertó su furia y continuó la masacre iniciada por su hijo. Pero Beowulf siguió el rastro hasta su madriguera. Luego de un duro enfrentamiento, logró darle muerte y cortar su cabeza con su propia espada de marfil. Acabada la existencia del veneno de dragón en Midgard, la hoja de la espada se convirtió en cenizas...
En el albor de los tiempos, los habitantes de Nifelheim vivían en guerra con los Dragones Negros, quienes transmitían una extraña rabia. Aquellos infectados se volvían deformes y salvajes, motivo por el cual fueron desterrados. Algunos se asentaron en la primitiva Midgard. Uno de ellos fue la giganta Wolkja, quien dio a luz allí a su hijo Grendel.
La humanidad se asentó en esa zona hasta que fue fundado el reino de Jutland. Atraído por las fiestas que se realizaban en la corte del rey Hrothgar, Grendel irrumpió durante la noche y devoró a treinta de los más distinguidos nobles. Ningún hombre pudo hacerle frente y, desde entonces, el monstruo asaltaba el salón cada vez que se organizaba alguna celebración.
La bestia se convirtió en leyenda y la historia llegó a oídos de Beowulf, un héroe de Gautland y aliado del rey Hrothgar. Con solo su fuerza (dado que las espadas normales no le causaban daño) enfrentó al monstruo y le arrancó un brazo. Grendel huyó aterrorizado y murió desangrado en su cueva, bajo el pantano.
La guerra contra Asgard se llevó a la mayoría de los guerreros del reino, pero ya en ese entonces Rhin era uno de los más antiguos vanir, por lo que permaneció en Vanaheim como regente, prendido a su preciada piedra de oro. Este objeto llevaba inscripto unas antiguas runas que enunciaban: "aquel ser que rechace al amor, podrá forjar de este oro un anillo que gobernará al mundo".
LLegaron los ataques de Ægir y, luego de que fuesen contenidos, se decidió realizar la Antigua Alianza. Por un lado, el gigante de mar cedió el pomo del timón de su barco Ellida, capaz de volverlo invisible y calmar las tormentas marinas; mientras que por el lado de los vanir, Rhin se vio obligado a ofrecer su preciosa piedra de oro. Las piezas fueron llevadas a Midgard, donde aún no existía vida humana, y se colocaron en el fondo del río homónimo al vanir, sobre dos rocas opuestas. Para su protección, Rhin ordenó a tres de sus hijas ondinas que cuidasen celosamente su tesoro.
Cuando Odín y sus hermanos mataron al gigante Ymir, la incalculable sangre que brotaba de sus heridas produjo una inundación que ahogó a todo su linaje. De sus gigantescas vísceras que flotaban junto al cadáver se formaron unos inmensos tentáculos, dando origen a los descomunales moluscos oceánicos.
En un principio se alimentaban solamente de los nicors, criaturas marinas, pero con el tiempo comenzaron a atacar barcos humanos, atraídos por sus diversos olores. En Midgard se decía que sus formas eran las de calamares o pulpos, con muchos brazos que podían arrancar a los hombres de cubierta, e incluso arrastrar navíos enteros al fondo del mar.
En Vanaheim, estos seres fueron amaestrados para que protegiesen sus costas, por lo que se le dio a la región el nombre de Mar de Kraken.
El vanir Rhin, uno de los primeros de su raza, siempre fue muy prolífico, como el resto de sus hermanos. Sin embargo, sus hijas nacieron con la parte inferior de su cuerpo adaptado al océano y manos palmeadas. De la cintura para arriba eran hermosas mujeres con largos cabellos, los que cambiaban de color según su personalidad y estado de ánimo.
Cuando se realizó la Antigua Alianza entre vanir y Gigantes de Mar, el anciano ordenó a tres de sus hijas que cuidasen el tesoro, símbolo del pacto de paz marino.
Lorelei, la más bella de todas, celosa de no haber sido elegida como guardiana, se retiró a las costas de Midgard, donde utilizaba los encantos de su voz para ahogar a los hombres.
De la unión entre el vanir Njörd y la giganta Skadi nacieron unos pequeños seres con voces hermosas y una inigualable habilidad para tocar los instrumentos musicales.
Aquel que recibía lecciones de ellos, podía tocar de una forma tan notable, que los árboles danzaban y las cascadas se detenían con su música.
Habitualmente eran seres gentiles y amables, pero su humor era a menudo imprevisible, llegando a volverse despiadados, como el terrible Neckar, el sin alma.
Solían merodear por las cascadas, hermosa metáfora de la unión de sus padres, donde les gustaba aparecerse desnudos como hombres viriles o mujeres atractivas, lo que causaba fascinación entre los seres humanos.
Aquellos seres humanos que se ahogaban en el mar no se dirigían al Gran Salón ni al Inframundo, sino que se convertían en servidores de sus dioses Ægir y Ran. Sus cuerpos se adaptaban a las profundidades marinas y quedaban cubiertos por escamas de pez. Sus pies y manos palmeadas les permitían desplazarse a gran velocidad bajo el agua.
De todos ellos, los principales fueron Elde El Frío y Funfeng El Cálido. Fieles servidores de Ægir, participaban en todas sus fiestas, incluso del banquete que éste brindó a los señores de Asgard. Esta cena se realizaba para mejorar los ánimos tras la pérdida de su hermano Baldr. Pero el perverso Loki entró en escena y comenzó a maldecir a todos los presentes. El noble Funfeng pidió que se retractase, pero mirándolo con desprecio, Loki asesinó al hombre-pez y huyó. Desde entonces las corrientes marítimas de Yggdrasil son frías en su gran mayoría.
Sigurd es un joven guerrero, el más poderoso de Midgard e invencible desde que se sumergió en la sangre del dragón. Pero su mundo se derrumba con la llegada del Invierno Fimbul. El hambre, las plagas y la muerte llevarán a los hermanos a matarse entre sí y a desollar los más bajos instintos del comportamiento humano.
De las sangrientas batallas nacerá una coalición de héroes, quienes deberán sortear diversos peligros y poner en juego sus creencias durante el acontecimiento más trágico de la humanidad: el Ragnarok, fin del mundo según los nórdicos.
Respetando la cosmovisión de aquellos pueblos y, a pesar de que más de un milenio nos separa, esta novela recurre al cíclico comportamiento humano que se ha desarrollado a lo largo de la historia y más allá de las fronteras. Ante los obstáculos algunos hombres se convierten en víctimas, otros en héroes.
ilencio absoluto. La oscuridad lo envolvía. Con la caída de la primera gota el sonido fue creado. La segunda cayó mientras el charco de agua comenzaba a iluminarse. Un pequeño rayo de luz matutino se coló por una grieta del rocoso muro. Entre penumbras, el nuevo día intentaba despertar a la caverna de su milenaria oscuridad. La tos de un anciano irrumpió en la monotonía del goteo. Una antigua y melancólica voz se deslizaba a través del eco entre las paredes.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Días... Milenios?
La tos continuaba a medida que la escasa luz se perdía en el laberinto de roca.
—Tal vez éste sea el día que llegue mi salvador… ¿Pero qué diferencia habría con el resto de esta interminable condena?
Los oscuros túneles de la caverna parecían bifurcarse al infinito. Esparcidos entre sus costados yacían cadáveres putrefactos. Restos de lo que una vez fueron bravos guerreros.
—Todos aquellos que quisieron serlo murieron en el intento… ¿Cuántos guerreros confiados en la protección de sus dioses fracasaron?
Los pequeños haces de luz que llegaban penetraban tímidamente la oscuridad y destellaban en los amuletos, enredados en los cuerpos de sus difuntos portadores.
—Si después de todo, habían realizado todas las debidas ofrendas. ¿Qué pudo fallar? No. No existe fuerza entre los dioses capaz de acabar con mi maldición.
l viento sacudió las pocas hojas que quedaban sobre las decrépitas ramas. Pronto se unirían al resto de sus hermanas en la crujiente alfombra del bosque, que recibía ruidosamente las pisadas de un intrépido visitante. El guerrero concluyó su marcha y observó detenidamente a su alrededor; así confirmó el destino de su largo viaje.
—¡Siento que alguien llega! Él viene por una gloria más grande que el premio.
La niebla que rodeaba la entrada a la caverna advertía del peligro que dentro se cernía. Pero Sigurd no conocía el miedo y continuó avanzando hacia ella. Mientras, un cuervo detuvo su vuelo sobre una elevada rama, colocándose como principal y único espectador.
El manto nebuloso pareció aullar al ser atravesado por el joven visitante, quien cargaba con no mayor protección que su propia espada Balmung. Solo lo desafiaba la enorme diversidad de pasillos frente a él.
—Hasta ahora todos los que se internaron en este laberinto cayeron bajo la cólera del guardián. Culpa de su codicia por el oro… mi captor, mi carcelero, mi dueño.
De la negra oscuridad, un tenebroso y ansioso ojo se abrió amenazante.
Finalmente, el sinuoso corredor dio lugar a una cámara más amplia. El aire se volvió denso, casi sofocante, pútrido. Un creciente siseo hizo detener el transcurso del tiempo y la marcha del héroe. El encuentro era inevitable.
El joven avanzó cautelosamente con su espada al frente mientras unos pasos hicieron temblar el suelo bajo sus pies. De pronto, las enormes fauces aparecieron de la oscuridad acompañadas de un aterrador rugido.
igurd no dudó un momento y se lanzó sobre el inmenso guardián. Entre sombras se mezclaron los rápidos movimientos de los contrincantes, los rugidos de la bestia y los silbidos de la filosa espada. Con un repentino coletazo, el más pequeño de los adversarios voló con su ropa hecha jirones hacia el costado de una fosa, donde decidió esconderse para preparar su próximo movimiento.
—¿Dónde estás, mi salvador? ¿Acaso has perecido como todos los demás? ¡Ven y libérame! ¡Libérame!
El colosal dragón avanzaba desesperadamente, buscando a su presa. Pero no se percató de que su verdugo lo aguardaba agazapado, espada en mano, justo bajo su zona más vulnerable. Con una rápida y fuerte estocada, Sigurd hundió su punzante arma en el vientre del monstruo y le abrió una enorme y letal herida que lo bañó completamente en sangre. El alarido de Fafnir, quien una vez así se había llamado, fue producido con una mezcla de temor, agonía y liberación. La bestia se desplomó con su cabeza contra la roca. Desde la fosa surgió un brazo empapado en flujo escarlata, seguido por el victorioso héroe, quien mantenía la mirada fija en su moribundo adversario.
—Después de tanto tiempo… Ante mí veo al nuevo esclavo del oro nibelungo.
Los pies de Sigurd se detuvieron frente a la mirada del anciano Fafnir. La punta de su espada goteaba la sangre del dragón.
—Hoy seré libre… ¡Libre al f...!
La primera gota anunció la acción. Luego de la segunda, un veloz y mortal movimiento de la Balmung hizo regresar la oscuridad y el silencio absoluto.
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Un extraño y anciano prisionero clama por su liberación en el fondo de una siniestra caverna. El joven Sigurd es quien se presenta para afrontar dicho desafío...
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