Cuando los primeros gigantes fueron asesinados, el retroceso de los hielos generó lagos y océanos a su alrededor. Los cadáveres putrefactos sirvieron de nutrientes para la nueva tierra que brotaba. Como quedó ubicada en el centro del mundo, la bautizaron Midgard.
Los elfos fueron los primeros en habitarla y durante milenios se encargaron de su cuidado. Pero una nueva raza comenzó lentamente a tomar su lugar. Protegidos por la bendición del Gran Padre, los hombres desplazaron a las comunidades originarias y convirtieron a Midgard en su hogar.
Estos nuevos habitantes se encontraban en constante lucha por su territorio. Monarcas eran derrocados y nuevos reinos surgían de los frecuentes conflictos. La mayoría de los humanos eran seres violentos y aguerridos; aunque su inmensa diversidad de personalidades los convirtió en la raza más impredecible de Yggdrasil.
Era un día nublado y ventoso cuando Sigurd llegó a Midgard. Su padre Sigmund había muerto en combate y unos fragmentos de espada eran lo único que había dejado como legado. Su madre Signý lo dio a luz en un campamento de refugiados, vikingos exiliados por ser leales al rey destituido.
Desde pequeño aprendió de los guerreros a luchar y a cazar en el bosque; mientras que el enano Regin le enseñó el arte de la herrería, con lo cual pudo volver a forjar la espada Balmung de sus viejos restos.
Si bien aún no había realizado el ritual de adultez, con la fuerza de su brazo logró reconquistar Branstock, la capital del antiguo reino de su familia Volsung y días después, alentado por su maestro herrero, el joven fue en busca del famoso tesoro nibelungo, custodiado por un terrible dragón...
Desde pequeños, el hijo del célebre Thorstein y los príncipes de Sögn fueron criados juntos. Cuando sus padres murieron, Frithiof heredó los tres grandes tesoros del norte: el drakkar Ellida, el cual podía albergar a varios tripulantes y vivir como si de una fortaleza flotante se tratase; la espada Angurvadel, forjada por los enanos con la habilidad de conferir el triunfo en la batalla a quien la porte y el Völundring, una tiara con el don de deshacer cualquier hechizo y otorgarle a una espada ordinaria el poder para combatir contra los muertos. Mientras tanto, su amigo Helgé se sentó en el trono del reino.
El joven deseaba conseguir la mano de Ingeborg, hermana del nuevo rey, quien se la negó rotundamente y envió a la princesa a internarse en el templo de Baldr. Los enamorados mantuvieron un romance a escondidas; no obstante, fueron descubiertos por Helgé. La discusión derivó en el incendio del recinto sagrado y Frithiof fue desterrado de su hogar, destinado a vagar por los mares de Midgard en su ancestral barco.
Hygelac, rey de Gautland, tomó en adopción al hijo del gran Edgetheow, luego de que éste cayera en combate durante una invasión de Svartige. En aquel enfrentamiento, el joven Beowulf casi pierde la vida ante el siniestro rey Nidud.
Incontables batallas curtieron al niño y moldearon un nuevo de líder de los geatas, de facciones serias y enorme musculatura. Su aclamada fortaleza trascendió el dominio de los hombres el día que dio muerte al monstruoso Grendel y a su grotesca madre.
Durante inviernos habían asolado el salón Heorot de Jutland y ahora lo habían nombrado protector del reino.
Tiempo después el rey Htrogar murió sin dejar herederos y el mismo pueblo juto decidió coronar a Beowulf como su gobernante. Él nunca olvidaría las enseñanzas de su padre, ni dejaría de dar caza a su asesino: el rey Nidud.
Con tan solo doce inviernos, el príncipe heredero de Bern se aventuró junto a su tutor y amigo Hildibrand en el Bosque Negro. Allí, liberaron de una trampa al enano Alfrek, quien ofreció al joven Thiðrek su poderosa espada Ekkisax, custodiada por una pareja de trolls. El niño ingresó en su madriguera y robó la espada, con la que decapitó al macho Grim y partió a la mitad el cuerpo de la monstruosa Hild. Así, obtuvo además un gran tesoro y el casco Hildigrim, capaz de partir cualquier espada que lo golpease.
El joven soberano ganó tanta fama que atrajo la atención de los más grandes guerreros de Midgard, con los cuales ensambló el ejército más poderoso de todos los tiempos. Con él logró derrocar a su tío Erminrek El Usurpador y recuperar el trono de Bern.
El tiempo pasó y varios de sus heróicos compañeros perecieron. El viejo Hildibrand, a quien le había cedido su casco mágico, murió de una enfermedad; mientras que el rey Hertnid fue devorado por un dragón y su fiel general Vidga, hijo de Völund no pudo defenderse ante el gigante Aspilian. Thiðrek cabalgó en busca de venganza y luego de derrotar a estos formidables enemigos, su figura se volvió legendaria.
Grelod, hermana del rey de Burgundia, se encontraba celosa de su cuñada, quien había accedido al trono por medio de la magia negra. Entonces decidió engendrar un hijo lo suficientemente poderoso, capaz de gobernar (algún día) todo Midgard. Luego de un peligroso viaje a las profundas tierras de Nidavellir, sedujo a Andvari, rey de los Nibelungos. Una vez encinta desapareció y regresó a Midgard, donde crió a su hijo Hogni con gran resentimiento hacia sus parientes humanos.
El bastardo no heredó mágicos poderes, sin embargo se convirtió en un temible guerrero, de enorme contextura física y sombrío carácter. Se cuenta que en una batalla combatió en solitario a una tribu de Inhumanos durante tres días y tres noches, apilando cadáveres. Así obtuvo su sobrenombre de guerra: El Rojo. Algunos dicen que aún conserva los cráneos de sus enemigos incrustados en su escudo Nuodung.
El tiempo pasó; Gunnar, hijo de Gjúki, se volvió rey y su primo Hogni, su fiel general. Pero el invierno Fimbul está próximo: su intenso frío pronto revelará sus verdaderas intenciones.
A los tres años de edad forjó su primer daga en el taller de su padre, quien al ver su enorme don, lo envió a la lejana tierra de Nidavellir para aprender el mágico arte herrero de los enanos.
De joven retornó a Midgard como Maestro Herrero e incursionó en su propio arte. A los pocos años conoció a Alvit, una valkyria a quien salvó de un gigante. Su romance, corto pero intenso, lo dejó obsesionado. En los meses siguientes reprodujo setecientas copias exactas del anillo que ella le había regalado como prueba de amor.
Deseoso de poseer en su ejército a alguien con semejantes cualidades, el rey Nidud de Sverige lo capturó y obligó, tras romperle una pierna, a crear armas especiales. Völund planeó su sangrienta venganza y su fantástico escape, con lo que obtuvo el odio eterno de su enemigo.
Al poco tiempo, construyó con la ayuda del gigante Vörnir un inmenso puente interoceánico para llegar a Asgard, donde fue en busca de Alvit.
Cuando Odín contempló su inigualable habilidad, decidió concederle su deseo a cambio de una prueba. En los siguientes tres días y tres noches el joven herrero forjó una de las armas más poderosas en toda Yggdrasil, la espada Balmung. Más que contento con el cumplido, el Gran Padre no solo le concedió la mano de su hija valkyria, sino que le permitió comer de las manzanas doradas, para que junto a su amada custodiasen la entrada a Bifrost por siempre...
Tiempo atrás, el monarca de Sverige secuestró al Maestro Herrero Völund para que le construyese un gigantesco laberinto alrededor de su fortaleza. El joven trabajó arduamente por su libertad y cumplió el pedido, sin embargo, el rey Nidud lo obligó a fabricar armas especiales para su ejército. Ante su negativa, los súbditos reales le rompieron una pierna y lo amenazaron de muerte. El prisionero no tuvo otra alternativa que obedecerle, pero pronto decidió planear su venganza.
Una noche, mató a los dos hijos del soberano y con sus cráneos fabricó copas con joyas preciosas, labradas de sus dientes; las llenó con la sangre de los príncipes y se la dio de beber a su captor. Él escapó mientras la maldición enloquecía al rey; sus uñas se endurecieron como garras y adquirió la fuerza de varios hombres, pero la luz del día lo enceguecía y arrugaba su piel. Durante las noches, se dirigía a su laberinto, donde asesinaba a personas que se perdían en él y les bebía su sangre.
Poco después deformó el nombre de sus dominios a Svartige e intentó invadir la tierra de Völund, pero encontró siempre la resistencia del reino limítrofe Jutland. Desde entonces, vive planeando su venganza para cuando la luz del día deje de existir y pueda disponer de sus poderes permanentemente.
No recordaba haber nacido pobre ni el rostro de sus padres o haber jugado con niños de su edad. La esclavitud era la primera de sus memorias.
Tal vez por eso decidió volverse hijo de la espada. Su valor en las arenas lo convirtió en un aclamado guerrero y debido a su increíble velocidad lo nombraron Hermoth, similar al dios de Asgard. Al público le gustaba difundir rumores sobre su procedencia divina, o que era el último de su linaje, heredero de un reino que ya no existía.
Lo cierto es que al ganar su libertad decidió enrolarse junto a los vikingos errantes y deambular a lo largo de Midgard con su extraña espada Hathersword al hombro.
De pequeña creció con la idea de que su padre Angantyr había sido un terrible inhumano que desafió al conde Otter de Suðureyjar y por ese motivo había sido desterrado del pueblo.
Tratada como esclava, pronto se hizo fuerte y comenzó a participar en incursiones de vikingos, vestida de hombre y bajo el nombre de Hjörvard. Allí oyó por primera vez una historia diferente sobre su padre, un héroe dueño de la poderosa espada Tyrfing y que actualmente era conde de Orkneygard.
Entonces decidió revelarse como guerrera y emprender la búsqueda de su progenitor y su legado. Luego de un largo viaje solitario por las costas del norte, finalmente logró formar una tripulación y embarcar a su destino final.
Pero la realidad que le aguardaba era muy distinta a la esperada. Inmersa en un manto de neblina, Orkneygard era ahora una villa desolada con cadáveres esparcidos por doquier. La supersticiosa tripulación no quiso desembarcar y abandonaron a Hervör a su suerte. Sobre un gran túmulo halló los restos de una pira funeraria y con resentidos lamentos invocó a su padre. Sus chamuscados restos se hicieron presente y le reveló que su herencia ahora pertenecía a su hijo adoptivo Frithiof. Luego se desvaneció con la caída del sol y fue atacada por una banda de orkos. Sin embargo con velocidad y astucia pudo escapar en una barcaza.
En el insular pueblo de Suðureyjar se creía que un hijo del dios Tyr los libraría de las constantes incursiones nocturnas de sus enemigos. Muchos proclamaban a Angantyr como el esperado redentor. Sin embargo, él nunca deseó aclarar su origen. Ni siquiera durante una disputa por territorio, en la cual el ganador sería quien lograse comprobar su descendencia directa de los dioses. Él se dejó vencer por Otter, un conde devoto de la diosa Freyja, para evitar una guerra interna.
Al perder la oportunidad de quedarse con las tierras, el único camino posible fue el exilio. En cuanto llegó a las afueras de su pueblo, un grupo de ancianos enanos le entregaron en custodia la mítica espada Tyrfing, capaz de atravesar el hierro y la roca por igual y volverse incontrolable en manos poco diestras en el combate.
Su sendero de guerrero errante no tardó en cruzarse con el del aventurero Thorstein y su compañero Belé. Luego de un combate cuerpo a cuerpo se volvieron buenos amigos y juntos recorrieron Midgard en busca de tesoros y nuevos desafíos. Un día desembarcaron en las Islas Ork y expulsaron a los elfos oscuros de allí, donde Angantyr gobernó hasta los días del Ragnarok...
De los nueve hijos del gran Vikingo, Thorstein fue el único sobreviviente a la masacre perpretada durante un juego de pelota por los hijos de Njorfe, rey de Oppland. Su padre lo halló entre los cadáveres de sus hermanos y lo regresó a su morada para curar sus heridas.
Una vez recuperado el joven, Vikingo falseó su tumba, le entregó su poderosa espada Angurvadel y lo envió como refugiado a la corte de su amigo Halfdan, rey de Sögn.
Cuando Bjorn, el hijo mayor de Njorfe, asumió el reinado, se enteró del engaño y asesinó a Vikingo. Luego invadió Sögn. Thorstein logró escapar junto al heredero Belé y fue en busca del anillo Völundring. Con aquel objeto mágico y la ayuda de la monstruosa Ingeborg, Thorstein recuperó el trono de Belé y la figura humana de su hermana, con quien se casó luego.
Luego de atravesar incontables batallas, el anciano cuerpo de Thorstein se volvió débil y enfermó. Antes de morir, legó a su hijo Frithiof sus grandes tesoros y cuando finalmente falleció, fue enterrado en la cima de un acantilado, junto a su viejo amigo Belé.
Cuando murió el gran rey Belé, camarada de Thorstein, su hijo mayor Helgé heredó el trono de Sögn. Desde pequeño sentía admiración y afecto por Frithiof, pero, una vez asumida la corona, ocultó sus sentimientos bajo un despectivo trato. Su desprecio se convirtió en odio cuando el héroe pidió la mano de su hermana Ingeborg. Luego de la rotunda negación, recluyó a la princesa en el templo de Baldr. No obstante, los jóvenes mantuvieron su romance a escondidas. Un sacerdote informó de la transgresión y el rey mantuvo una fuerte discusión con su antiguo amigo. La violenta reacción de Frithiof produjo accidentalmente un incendio, en el que Helgé recibió grandes quemaduras en la mitad de su cuerpo.
Frithiof fue desterrado del reino, sin embargo, se volvió la obsesión del rey. Día a día se rodeaba de nuevos nigromantes, quienes le aconsejaban diversas maneras de asesinar al héroe. Sin embargo de todas ellas el joven lograba escapar.
Desesperado, entregó sus dos ojos a cambio de obtener el poder de la magia negra. Un ojo por cada bruja que lo seguía a donde iba. Ellas le proveían todo el poder que él deseaba. Pronto, Sögn se convirtió en el reino con mayor cantidad de hechiceros y fue considerado sede de la nigromancia.
Gislr, el gran rey de Burgundia, tuvo dos hijos, de los cuales el varón Gjúki heredó la corona. Resignada, su hermana mayor Grelod buscó poder en la práctica de la nigromancia. Allí conoció a su compañera de hechizos, Grimhild. Pero su amistad se resintió cuando ésta accedió al trono por medio de su mágica poción de amor.
Gjúki quedó fascinado con Grimhild y pronto le dio dos hijos: Gunnar, heredero al trono de los burgundios y la hermosa Gudrun, a quien la madre la instruyó en sus pociones mágicas.
Una vez crecido, Gunnar tomó el mando militar tras las continuas enfermedades del monarca. Y una vez fallecido Gjúki, fue proclamado rey y delegó el comando de sus tropas a su fiel primo Hogni.
Ingvar Bloodaxe era un poderoso guerrero de descomunal fuerza y tamaño. No existía oponente que no cayera ante el poder de su hacha de doble filo. Con sus valerosas acciones, pronto se convirtió en leyenda y logró coronarse como rey de Smärtsam; así dio inicio a una edad dorada en el territorio.
Largos inviernos transcurrieron y el anciano monarca, debilitado por diversas enfermedades, no resistió el intenso frío del Más Grande Invierno. El reino entero lamentó su pérdida; miles de súbditos lloraron sobre su tumba y sus lágrimas turbaron la paz del difunto.
Su desdichada mujer Gunhild, conocida por su hechicería, intentó revivirlo. Como su magia no era tan efectiva, solicitó ayuda a los nigromantes de Sögn, quienes finalmente revivieron una versión oscura del "rey caído". La mente de Bloodaxe no soportó su regreso a Midgard y se volvió desquiciado. Arrancó la piel de su rostro y asesinó a cualquiera que se cruzó en su camino. El reino cayó en la ruina y él desapareció en el desierto...
Durante un viaje a la tierra de gigantes, un grupo de nigromantes obtuvo la semilla de Hrímnir. Con ella esperaban concretar la profecía que de un gigante y una humana pura nacería el hechicero supremo. Entonces, luego de sacrificar a una joven princesa de Suomengard, nació el gran Rossthiof.
A pesar de haber nacido ciego, de pequeño se convirtió en el mejor hechicero del reino y desarrolló su don de ver el futuro. En él descubrió que del mítico corcel Sleipnir adquiriría la máxima sabiduría, por lo cual centró su vida en robar caballos, seudónimo por el cual se hizo conocido, hasta dar con el gran semental.
Un día llegó a su morda el aesir Hermod y amordazó al brujo hasta que aceptase revelarle el futuro sobre el vengador de Baldr. Una vez que el aesir se marchó con la información que deseaba, Rossthiof perfeccionó las defensas de su morada y retomó incansablemente la búsqueda del legendario corcel.
La cultura guerrera en Midgard es de lo más importante entre los humanos, ya que de esta manera se ganan su pasaje al Gran Salón en la otra vida. Los vikingos son fuertes hombres, de carácter agresivo y peligroso, que solo se preocupan en vivir combatiendo. Adoran la batalla y desde pequeños son entrenados en los climas más hostiles.
Con sus expediciones y saqueos, fueron durante largo tiempo una amenaza para los habitantes de pueblos pacíficos; hasta que durante las Grandes Guerras, sus líderes, los condes, pasaron a formar parte de la nobleza, por lo que fueron reclutados por diversos reyes para formar sus ejércitos.
Los vikings no llevan uniforme, deben vestirse y armarse por sus propios medios. Por lo general se abrigan con pieles de animales y calzan botas de cuero; se protegen con cascos cónicos con protectores nasales y escudos circulares de madera. Portan afiladas hachas o mazas; para ellos, un arma como la espada es un lujo difícil de costear.
En las tempranas aldeas de Midgard, los clanes elegían a sus líderes según la tradición familiar. Estos Condes organizaban las expediciones y conservaban para sí la mayor parte del botín.
El nuevo furor expansionista elevó el status social de todo aquel que poseyera una embarcación, espadas o caballos para las campañas militares. Así adquirieron ellos también el título de Condes.
Durante las Grandes Guerras prestaron sus servicios a diversos reyes y, cuando los combates cesaron, fueron condecorados como parte de la nobleza y con la obtención de pequeñas porciones de tierra.
Como generales y ministros del reino, los condes acceden a nobles armaduras y a las mejores armas en todo Midgard y suelen ir montados en sus caballos de guerra para exhibir su alto rango.
En Midgard existe la creencia de que al beber hidromiel energizante el espíritu de Odín toma posesión de un determinado tipo de guerreros. Estos suelen arrojarse semidesnudos al combate, creyendo que el dios les protege de todo mal. Tan tremenda es su ferocidad en el campo de batalla que aniquilan todo lo que encuentran a su paso, ya sean enemigos, animales, plantas o incluso miembros de su propio clan.
Durante las Grandes Guerras se volvieron adictos al brebaje que utilizaban y pasaron a vivir en un estado permanente de rabia y locura guerrera. Por este motivo fueron mal vistos por el resto de los hombres y apartados de la sociedad. Pronto formaron una numerosa secta en bosques apartados.
Para ingresar al círculo, los nuevos adeptos se rapan su cabellera, se tatúan el cuerpo e incrustan en su piel todo tipo de aros y ornamentos filosos. El rito culmina cuando cazan a un hombre y lo despellajan. El cuero obtenido se utiliza para las botas que vestirán el resto de sus vidas.
En las antiguas tribus siempre existía un sacerdote o una vidente que se encargaba de explicar todo aquello que los hombres no comprendían. Solían investigar los orígenes de la naturaleza y generaban todo tipo de pociones sanadoras; predicaban el culto a Odín y transcribían sus profecías en las Eddas.
Esta selecta comunidad se fragmentó cuando vislumbró el trágico final de la humanidad. Los Sabios del Último Día levantaron sus templos en zonas de difícil acceso, en lo alto de las montañas. Los Peregrinos del Ragnarok, por el contrario, decidieron mezclarse entre la gente como profetas; siempre buscando signos que indiquen la venida del Más Grande Invierno. Otros, experimentando con cadáveres, revelaron algunos secretos de la muerte. Estos Nigromantes llevan varios siglos habitando Midgard.
Con el tiempo las videntes desarrollaron sus visiones proféticas y perfeccionaron sus hechizos y traspasaron sus conocimientos milenarios de generación en generación.
Varias costumbres diferenciaban a un pueblo de otro. Los habitantes del antiguo reino de Rytta eran adoradores de los caballos y convivían en gran armonía con ellos. Luego de las Grandes Guerras, el territorio pasó a manos de conquistadores y los habitantes originales se dispersaron a lo largo de Midgard.
Esta comunidad nómada se traslada en sus caballos durante los meses cálidos. Con la llegada del invierno construyen aldeas precarias para soportar el frío y levantar efigies de sus dioses equinos. A pesar de que varios los consideran salvajes, adquieren mercaderías de diversos orígenes, lo que los hace hábiles comerciantes.
Los jinetes de la tundra mantienen aquellas viejas costumbres y se dedican a criar caballos de pura sangre. Desde pequeños aprenden a montarlos; una vez que cumplen la mayoría de edad deben seleccionar un caballo, del que no se desprenderán por el resto de su vida.
Sigurd es un joven guerrero, el más poderoso de Midgard e invencible desde que se sumergió en la sangre del dragón. Pero su mundo se derrumba con la llegada del Invierno Fimbul. El hambre, las plagas y la muerte llevarán a los hermanos a matarse entre sí y a desollar los más bajos instintos del comportamiento humano.
De las sangrientas batallas nacerá una coalición de héroes, quienes deberán sortear diversos peligros y poner en juego sus creencias durante el acontecimiento más trágico de la humanidad: el Ragnarok, fin del mundo según los nórdicos.
Respetando la cosmovisión de aquellos pueblos y, a pesar de que más de un milenio nos separa, esta novela recurre al cíclico comportamiento humano que se ha desarrollado a lo largo de la historia y más allá de las fronteras. Ante los obstáculos algunos hombres se convierten en víctimas, otros en héroes.
ilencio absoluto. La oscuridad lo envolvía. Con la caída de la primera gota el sonido fue creado. La segunda cayó mientras el charco de agua comenzaba a iluminarse. Un pequeño rayo de luz matutino se coló por una grieta del rocoso muro. Entre penumbras, el nuevo día intentaba despertar a la caverna de su milenaria oscuridad. La tos de un anciano irrumpió en la monotonía del goteo. Una antigua y melancólica voz se deslizaba a través del eco entre las paredes.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Días... Milenios?
La tos continuaba a medida que la escasa luz se perdía en el laberinto de roca.
—Tal vez éste sea el día que llegue mi salvador… ¿Pero qué diferencia habría con el resto de esta interminable condena?
Los oscuros túneles de la caverna parecían bifurcarse al infinito. Esparcidos entre sus costados yacían cadáveres putrefactos. Restos de lo que una vez fueron bravos guerreros.
—Todos aquellos que quisieron serlo murieron en el intento… ¿Cuántos guerreros confiados en la protección de sus dioses fracasaron?
Los pequeños haces de luz que llegaban penetraban tímidamente la oscuridad y destellaban en los amuletos, enredados en los cuerpos de sus difuntos portadores.
—Si después de todo, habían realizado todas las debidas ofrendas. ¿Qué pudo fallar? No. No existe fuerza entre los dioses capaz de acabar con mi maldición.
l viento sacudió las pocas hojas que quedaban sobre las decrépitas ramas. Pronto se unirían al resto de sus hermanas en la crujiente alfombra del bosque, que recibía ruidosamente las pisadas de un intrépido visitante. El guerrero concluyó su marcha y observó detenidamente a su alrededor; así confirmó el destino de su largo viaje.
—¡Siento que alguien llega! Él viene por una gloria más grande que el premio.
La niebla que rodeaba la entrada a la caverna advertía del peligro que dentro se cernía. Pero Sigurd no conocía el miedo y continuó avanzando hacia ella. Mientras, un cuervo detuvo su vuelo sobre una elevada rama, colocándose como principal y único espectador.
El manto nebuloso pareció aullar al ser atravesado por el joven visitante, quien cargaba con no mayor protección que su propia espada Balmung. Solo lo desafiaba la enorme diversidad de pasillos frente a él.
—Hasta ahora todos los que se internaron en este laberinto cayeron bajo la cólera del guardián. Culpa de su codicia por el oro… mi captor, mi carcelero, mi dueño.
De la negra oscuridad, un tenebroso y ansioso ojo se abrió amenazante.
Finalmente, el sinuoso corredor dio lugar a una cámara más amplia. El aire se volvió denso, casi sofocante, pútrido. Un creciente siseo hizo detener el transcurso del tiempo y la marcha del héroe. El encuentro era inevitable.
El joven avanzó cautelosamente con su espada al frente mientras unos pasos hicieron temblar el suelo bajo sus pies. De pronto, las enormes fauces aparecieron de la oscuridad acompañadas de un aterrador rugido.
igurd no dudó un momento y se lanzó sobre el inmenso guardián. Entre sombras se mezclaron los rápidos movimientos de los contrincantes, los rugidos de la bestia y los silbidos de la filosa espada. Con un repentino coletazo, el más pequeño de los adversarios voló con su ropa hecha jirones hacia el costado de una fosa, donde decidió esconderse para preparar su próximo movimiento.
—¿Dónde estás, mi salvador? ¿Acaso has perecido como todos los demás? ¡Ven y libérame! ¡Libérame!
El colosal dragón avanzaba desesperadamente, buscando a su presa. Pero no se percató de que su verdugo lo aguardaba agazapado, espada en mano, justo bajo su zona más vulnerable. Con una rápida y fuerte estocada, Sigurd hundió su punzante arma en el vientre del monstruo y le abrió una enorme y letal herida que lo bañó completamente en sangre. El alarido de Fafnir, quien una vez así se había llamado, fue producido con una mezcla de temor, agonía y liberación. La bestia se desplomó con su cabeza contra la roca. Desde la fosa surgió un brazo empapado en flujo escarlata, seguido por el victorioso héroe, quien mantenía la mirada fija en su moribundo adversario.
—Después de tanto tiempo… Ante mí veo al nuevo esclavo del oro nibelungo.
Los pies de Sigurd se detuvieron frente a la mirada del anciano Fafnir. La punta de su espada goteaba la sangre del dragón.
—Hoy seré libre… ¡Libre al f...!
La primera gota anunció la acción. Luego de la segunda, un veloz y mortal movimiento de la Balmung hizo regresar la oscuridad y el silencio absoluto.
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Frithiof Seawolf es un melancólico joven que arriba a las costas de Orkneygard en busca del apoyo de un viejo amigo. Pero lo que encuentre puede ser más de lo que se imaginaba...
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