igurd no dudó un momento y se lanzó sobre el inmenso guardián. Entre sombras se mezclaron los rápidos movimientos de los contrincantes, los rugidos de la bestia y los silbidos de la filosa espada. Con un repentino coletazo, el más pequeño de los adversarios voló con su ropa hecha jirones hacia el costado de una fosa, donde decidió esconderse para preparar su próximo movimiento.
—¿Dónde estás, mi salvador? ¿Acaso has perecido como todos los demás? ¡Ven y libérame! ¡Libérame!
El colosal dragón avanzaba desesperadamente, buscando a su presa. Pero no se percató de que su verdugo lo aguardaba agazapado, espada en mano, justo bajo su zona más vulnerable. Con una rápida y fuerte estocada, Sigurd hundió su punzante arma en el vientre del monstruo y le abrió una enorme y letal herida que lo bañó completamente en sangre. El alarido de Fafnir, quien una vez así se había llamado, fue producido con una mezcla de temor, agonía y liberación. La bestia se desplomó con su cabeza contra la roca. Desde la fosa surgió un brazo empapado en flujo escarlata, seguido por el victorioso héroe, quien mantenía la mirada fija en su moribundo adversario.
—Después de tanto tiempo… Ante mí veo al nuevo esclavo del oro nibelungo.
Los pies de Sigurd se detuvieron frente a la mirada del anciano Fafnir. La punta de su espada goteaba la sangre del dragón.
—Hoy seré libre… ¡Libre al f...!
La primera gota anunció la acción. Luego de la segunda, un veloz y mortal movimiento de la Balmung hizo regresar la oscuridad y el silencio absoluto.